Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres…
Juan 8:31-10:42
Nos preguntamos: ¿cuál es la diferencia del año que iniciamos, cargado de las naturales esperanzas de mejora, con el que recién abandonamos y trajo para millones de personas infortunios y pesares?
A punto de concluir el primer mes del naciente ciclo anual, pasada la euforia de las navidades, los abrazos y optimismos tradicionales, retornamos a la percepción fría de la realidad sobrecogedora que nos ofrece una expectativa tan difusa e incierta como la recientemente abandonada.
A la perspectiva, mundana y vulgar de los neófitos, que pudiésemos admirar los suntuosos ropajes del rey, movidos por la ilusión y la confianza, se oponen, con lógica prístina y moderada reflexión los argumentos de una voz, por demás acreditada, que nos sitúan mediante un frío balance, en la frontera entre el pasado inmediato y el porvenir siempre nebuloso de los próximos años.
Hacia el cierre del patético 2021, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hizo pública su opinión sobre la situación que atraviesa México de cara al proyecto transformador impulsado desde la máxima tribuna del poder político, que arriba a la primera mitad de su ciclo.
Temas elementales y obvios que él abordó en la entrevista concedida a la periodista Carmen Aristegui, al describir el panorama de la situación nacional fueron, desde luego: la economía, la pandemia, la inseguridad, la pobreza y la desigualdad, obligados todos, por constituir la materia fundamental e innegable de las preocupaciones cotidianas de la sociedad entera a la mitad del camino en la presente administración.
Destaca y preocupa, sobre todo, un comentario puntual, aunque con moderada postura, que bien puede considerarse el corazón de su argumentación y define con mucho el sitio donde nos ubicamos y el futuro que podemos aguardar en los años por venir: “la ausencia de definición… en cuanto no sabemos hacia donde se quiere ir”.
La frase, por su propia naturaleza, resulta lapidaria y más aún en labios de quien la pronuncia, habida cuenta de la trascendencia que el entrevistado ha tenido en la evolución de los procesos políticos y sociales de las últimas tres décadas en nuestro país y que, indudablemente, marcaron el derrotero que condujo a nuestra actual realidad que se sigue basando en la promesa de una transformación profunda de la vida nacional.
No pueden desestimarse los argumentos vertidos por el ingeniero Cárdenas, fiel observador y actor principalísimo de la vida pública de México, sin desprendernos del optimismo reiterativo del discurso oficial, de cara a la experiencia que se vive día con día y nos conduce, irremisiblemente, a la incertidumbre y al desaliento.
Ciertamente, los anhelos, los deseos, los votos y los esfuerzos prometidos cada fin de año siguen vigentes en el ánimo de las personas. La fe y la esperanza continúan siendo el motor de cada amanecer, pero para lograrlos, para fijar objetivos y metas a lograr en el diario desempeño individual y colectivo se requiere, indispensablemente, un mínimo de certidumbre, de claridad y de objetividad.
Basar la expectativa en espejismos, sin claridad de rumbo, sin certeza sobre el puerto a donde se desea arribar, sin acudir, con espíritu crítico, a la evidencia, por más lacerante que resulte, no puede sino conducirnos al azar, a la suerte y, en el peor de los casos, al abismo.
Recurrir a la evidencia, al consejo sensato y a la opinión honesta, puede aproximarnos a la verdad, aunque duela y muestre la desnudez del monarca.
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