México tiene un presidente enfermo.
Luego de que la semana pasada el presidente Andrés Manuel López Obrador fuera ingresado al Hospital Central Militar, la salud del mandatario volvió a ser un tema de relevancia. En el hospital se le practicó un cateterismo, y oficialmente se informó que era un procedimiento programado y que la salud del presidente es buena, aunque nuevamente la realidad contradice el discurso. Lo cierto es que un cateterismo no se le practica a un corazón sano.
En diciembre de 2013 López Obrador sufrió un infarto al miocardio. Además, en dos ocasiones se ha contagiado de COVID-19, y lo que se sabe hasta ahora es que algunas de las posibles secuelas del coronavirus afectan al corazón. El presidente presume con frecuencia una alimentación que no es apta para una persona que tiene antecedentes de padecimientos cardiacos y también padece hipertensión. El mandatario también ha requerido una intervención en los nervios del cuello por una dolencia en las cervicales, e incluso recientemente tuvo un desgarre en una pierna.
Su salud física no es buena. Además, al observarse con detenimiento sus expresiones cotidianas en las conferencias de prensa mañaneras, cargadas de mentiras e incoherencias, podría concluirse que López Obrador también tiene manifestaciones sicológicas que podrían estar mermando sus facultades mentales.
De acuerdo con el seguimiento que realiza SPIN, que dirige Luis Estrada, hoy se cumplen 917 días de que el presidente López Obrador ofreció entregar sus análisis de salud, y no lo ha hecho.
La salud del presidente, como muchas otras cosas en este gobierno, ha estado envuelta en la opacidad. El propio mandatario y el gobierno federal han confundido transparencia con apertura, y han fundado sus argumentos para no informar sobre el estado de salud de López Obrador en que él se presenta todos los días frente a los medios para ofrecer una conferencia de prensa.
Sin embargo, el presidente y su gobierno informan sólo lo que ellos quieren informar. El ejercicio de transparencia funciona exactamente al revés, pues está basado en el derecho de la población a exigir información a la autoridad, y en la obligación que ésta tiene para atender las exigencias de la sociedad. En ello, este gobierno es totalmente opaco.
En la realidad se observa a un presidente con la salud física disminuida, por lo que una exigencia social de conocer el verdadero estado de salud de su presidente no es exagerada ni está fuera de lugar. El propio López Obrador presionó de dura manera a su antecesor, Enrique Peña Nieto, en un tuit de junio de 2014, en medio de la coyuntura de una intervención médica que le fue practicada al entonces mandatario: “Existe el rumor de que EPN está enfermo, Ni lo creo, ni lo deseo. Pero es una buena salida para su renuncia por su evidente incapacidad”. Cualquier persona podría sustituir el nombre de EPN por el de AMLO, y el tuit sería totalmente vigente.
López Obrador no está al cien, como presumen él y sus cercanos. A su gobierno le falta poco menos de tres años, que serán intensos y requerirán del mandatario entereza física y sicológica. A nadie conviene que el presidente López Obrador gobierne con disminuciones de salud físicas o mentales, o con ambas.
Los informes sobre la salud del mandatario deberían ser naturales, comunes y frecuentes. Ocultar el estado de salud de quien gobierna sólo lleva a la sospecha de que algo delicado se mantiene en reserva. La sociedad merece conocer la verdad, y si el mandatario no está en condiciones de gobernar, por responsabilidad debe renunciar.
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