03 de febrero 2022 , 08:00 p. m.
Ningún colombiano se va de Colombia. Todo aquel que termina desterrado, porque le ofrecen la vida en otra parte o porque le toca irse una noche sin salida o porque resuelve abandonar un barco que empezó a hundirse por zarpar, pronto se ve a sí mismo condenado a revisar en las redes y en los diarios –con diferencia horaria pero en tiempo real– qué infierno está pasando en este experimento humano que deshonra semejante milagro de la naturaleza. Si a uno no lo están echando de aquí a sangre y fuego, mejor dicho, lo práctico es quedarse: ver CM& en Nueva Zelanda, en busca del país arrebatado, suena tan desgarrador como es. Pregúntele a cualquier alma de la diáspora si no es así. Y sepa que caigo en este tema porque la semana pasada volvió nuestro hijo a preguntar si es cierto que si gana Petro hay que irse.
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Yo solo alcancé a responderle que no: “Por qué va a tocar irse: si no hubo que irse cuando ganó Duque…”, dije, pero me quedé en los puntos suspensivos porque su brevísima preocupación ya se había ido del cuarto. Yo en este punto de las campañas, en medio del fiasco de estas coaliciones de políticos que juran por Dios que no lo son, solo sé por quiénes no voy a votar. Mi idea era explicar que Petro, que lleva treinta años en el Estado, sí ha sido mucho mejor crítico que criticado y sí tiende a amanecer rodeado de jacobinos de redes que le sirven mal y sí suele soltar sentencias que matan de miedo a los ciudadanos con aires de gerentes –y algo de gracia tiene que teman los temibles–, pero llegue quien llegue a la presidencia tendrá que cumplir las promesas de la democracia: mi idea era recordar que, aun cuando estemos a punto de librarnos de un gobierno que justo partió de esa falacia, este país no es ni puede ser de quien gane.
“Si gana Petro, nos vamos…”, que se ha vuelto una cláusula entre empresarios miamescos, es un lujo que no nos corresponde.
Quería señalar que ni con la prensa diezmada, ni con el Congreso enmermelado, ni con las terribles Ías a su servicio, la presidencia actual ha podido fumigar la paz.
Quería decir que eso de “si gana Petro, nos vamos…”, que se ha vuelto una cláusula entre empresarios miamescos, es un lujo que no nos corresponde, un tic propio de una sociedad clasista y racista hasta la médula: ¿quién aquí puede irse al día siguiente?
Quería contar que apenas ganó el avejentado e imprevisto de Duque, o sea el domingo 17 de junio de 2018 en el que se impuso de nuevo el uribismo que sigue insistiendo en el prohibicionismo y recrudeciendo la guerra y reemplazando el diálogo por el sometimiento a estas alturas del desangre, cientos de miles de colombianos no vaticinaron el apocalipsis, ni fantasearon con irse, sino que tuvieron clarísimo que tarde o temprano tendrían que salir corriendo de sus casas con la ropa entre un saco hecho con una cobija: solo de enero a diciembre del año pasado, el 2021 de las 96 masacres, 82.846 colombianos con 82.846 modos de ser –37.664 eran afrodescendientes y 18.979 eran indígenas– fueron desplazados en 167 éxodos que sucedieron en los márgenes de las noticias.
Circula por las redes un video ronco e inverosímil en el que el expresidente Uribe, en pleno volanteo por sus candidatos, pronuncia sin rubores las palabras “al llegar a Soacha se me revive el dolor por los falsos positivos” antes de asegurar que algunos integrantes de la brigada de Ocaña asesinaron “por razones de narcotráfico” a cientos de inocentes. Revuelve el estómago su versión. Empuja a recordar que en aquel gobierno demoledor se promovió al país, a finales de 2007, con un eslogan que parecía reconocer que ser colombiano ha sido no hallar paz ni aquí ni afuera: “Colombia: el riesgo es que te quieras quedar”, decía, porque quedarse era quedarse a defenderles a los hijos una democracia saboteada por principio. No más. Llegue quien llegue, nunca más.
RICARDO SILVA ROMERO
www.ricardosilvaromero.com
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