Escribo este artículo pendiente de la tragedia anunciada por la CIA estadounidense para el miércoles 16: la invasión a Ucrania por parte de Rusia, que desataría terribles represalias, incluida una guerra entre Estados Unidos y Rusia, dos potencias nucleares, en suelo europeo. Ya transcurrieron las ocho horas de adelanto entre Moscú y Bogotá. Nada ha sucedido, según las agencias internacionales de información y las fuentes diplomáticas que consulto en la capital moscovita. Tranquilizo a mi familia y amigos españoles. No habrá que recurrir a los viejos refugios del siglo pasado.
Sigue la desconfianza de la Otán y de Estados Unidos, mientras Rusia anuncia la desmovilización de sus fuerzas en la frontera ucraniana, al finalizar unas maniobras parciales con Bielorrusia que Rusia organiza cada año, nada extraordinario. Según parece, Estados Unidos y Occidente están utilizando esto, y la exigencia de garantías de seguridad en sus fronteras por parte de Rusia, para difundir un pánico que molesta en primer lugar a la propia Ucrania, en crisis por la huida de capitales y una alarma ciudadana difícil de explicar.
Lo único que está claro a estas alturas es la búsqueda de cada protagonista de la situación en procura de construir y vender un relato, aunque tenga que ver poco con la realidad y el futuro de la crisis ucraniana. No hay que olvidar lo que señala el analista estrella del ‘Financial Times’, Gideon Rachman, la batalla de la opinión pública es crucial: “En Occidente, la opinión pública nunca ha sido tan negativa hacia sus dirigentes políticos, estadounidenses, alemanes, franceses, ingleses, desconfían mayoritariamente de sus gobiernos. De ahí la guerra de influencia en torno a Ucrania, y las intensivas sesiones informativas de Biden para intentar tomar el control del relato, anunciando cada día que la invasión rusa va a producirse de un momento a otro sobre Ucrania. Si finalmente no hay nada, Washington dirá que es una victoria de la diplomacia americana que, amenazando a Rusia con sanciones, ha permitido evitar la invasión”.
Mientras tanto, la Unión Europea busca su propio relato. Tropieza con el gigante europeo alemán, que no quiere líos y que depende del gas ruso y las nuevas infraestructuras, con el antiguo canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder, como uno de los mayores lobistas de Putin.
Las bases del relato ruso aparecen claras en el último libro del exsecretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional estadounidense Henry Kissinger, ‘Orden mundial’. “Ningún gobernante ruso, cualquiera que sea su sino ideológico, permitirá que se establezca un poder militar a 500 kilómetros de Moscú”. Recordemos que en la década de los 90, numerosas y relevantes figuras de la política estadounidense, como Robert McNamara, George Kennan o Paul Nitze, analizaron que la ampliación de la Otán al este de Europa “envenenaría las relaciones con Rusia, contribuyendo a reforzar las tendencias autoritarias y nacionalistas dentro de ellas”. Esa es la raíz del relato de Putin, ante las tentaciones ‘otanistas’ en Ucrania.
Al final, en lugar de acumular materiales de guerra en las fronteras ruso-ucranianas, la única solución sensata es encauzar las cosas a través de canales diplomáticos. Y que todo sirva en el fondo para promover la democracia como solución a los conflictos. No se olvide la ley de hierro que se mantiene incólume en la ciencia política: nunca se ha producido ningún conflicto bélico entre países democráticos.
P. S. Un régimen criminal. “Los líderes soviéticos eran gánsteres, jefes de una organización de malhechores a la cual había que someterse”. Así hablaba Zdenek Mlynar, colaborador de Dubcek en la Primavera de Praga, que fue aplastada. El propio Dubcek murió en un extraño accidente. Lo mismo sucedió con otros grandes líderes comunistas internacionales que se atrevieron a discrepar de Moscú: Togliatti murió de un ictus en Yalta (Crimea) cuando iba a exponer sus tesis; otro ictus liquidó al líder comunista francés Thorez en un barco soviético; su sucesor, que se atrevió a decir “Breznev es un cerdo”, quedó inutilizado tras una operación en Moscú; el búlgaro Dimitrov, famoso teórico comunista “revisionista”, salió muerto de un hospital moscovita. El coche del italiano Berlinguer, padre del “compromiso histórico”, fue aplastado por un camión en Bulgaria. Hoy Putin, fiel alumno de la policía política KGB, liquida a la periodista Anna Poliitovskaia e intenta envenenar al disidente Navalny, condenado ‘sine die’ a prisión. “Es usted un asesino”, le dijo a la cara el presidente Biden. Antes, Obama lo había rebajado a “matón de barrio”. No les faltaba razón.
ANTONIO ALBIÑANA
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